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Los rusos aprietan la soga alrededor de Stalingrado

Artillería soviética ubicada en el cementerio militar alemán, disparando a las posiciones

Artillería soviética ubicada en el cementerio militar alemán, disparando a las posiciones alemanas en Stalingrado desde un cañón divisional de 76mm, modelo 1942 ZIS-3.

Hitler ahora había declarado a Stalingrado como una “fortaleza” y estaba fijando sus esperanzas en las promesas de reabastecimiento de Göring, así como en la perspectiva de que un ataque de relevo pudiera hacerse a través de las líneas rusas. Pero para los hombres en el terreno de batalla, las condiciones se estaban deteriorando rápidamente.

El 1 de diciembre de 1942, el Generalleutnant Schmidt informó al cuartel general del Führer:

Ahora tenemos nuestra defensa ardiente y versátil. Tengo suficientes armas, pero poca munición, un poco de pan y espíritu, no hay madera para quemar o materiales de construcción para poder refugiarse bajo el suelo y mantenernos en calor y los hombres, que siguen estando asombrosamente seguros de la victoria, a diario pierden su fuerza.

Si deseas saber más, busca el título “At Hitler’s Side: The Memoirs of Hitler’s Luftwaffe Adjutant” [Al lado de Hitler: Las memorias del adjunto de la Luftwaffe de Hitler], de Nicolaus Von Below.

 

Las condiciones para los soldados del Ejército Rojo rodeando Stalingrado eran un poco mejores, pero ellos sabían que tenían la ventaja y no había manera de que perdieran su control sobre ella. Mansul Abdulin había llegado al campo de batalla a principios de noviembre, todavía estaba ajustándose a la vida en el frente. A finales de noviembre se les ordenó cavar y ahora vivían en agujeros en la tierra:

Tuvimos que sacar un terrón de tierra helada de 1.5 metros y luego cavar una madriguera en el fondo de la trinchera. Dado que estas madrigueras eran hechas para acomodar a un individuo en particular, éstas diferían en tamaño y forma. A veces, una madriguera albergaba dos o tres personas: era más cálido de esa manera.

Mientras tanto, el suelo helado por encima de nosotros nos protegía casi tan bien como el concreto. Uno podría suponer que tan pronto como hubiéramos completado el trabajo en una trinchera y caváramos nuestras madrigueras, simplemente se arrastraría dentro de ellas y dormiríamos hasta que se nos ordenara combatir.

 

Pero este no era el caso. Queríamos que nuestras moradas fueran cómodas, por lo hacíamos un nicho para nuestras granadas, otro para nuestros cartuchos y un tercero para nuestras subametralladoras. Entonces haríamos un hueco para nuestros platos de campaña y así sucesivamente. Así hacíamos nuestras trincheras cada vez más acogedoras, todo el tiempo apegándonos cada vez más y más a ellas.

De hecho, la orden, “¡Carguen los morteros! ¡Adelante!” era acompañada a menudo por sentimientos de tristeza y pesar, al tener que desprenderse de un pedazo de tierra que se había convertido en una especie de hogar. En cuanto a dejar tu trinchera al enemigo, ¡eso estaba totalmente fuera de cuestión!

Nuestros hombres mortero se encargaban de que el enemigo no durmiera en la noche. Durante el día, haríamos blanco en un barranco, donde varias unidades de servicio nazis se concentraban e hicimos un plan detallado de sus posiciones. Entonces, tan pronto como cayó la noche, empezaríamos a disparar en intervalos regulares de cinco minutos. Esto se le conoce como “desgastando al enemigo”.

Los alemanes eran bombardeados toda la noche, pero al menos nos las arreglábamos para dormir un poco: cada equipo trabajaba durante una hora, disparando unas 100 bombas, antes de volver corriendo a las madrigueras, manteniéndose calientes por los camaradas durmiendo.

Por alguna razón, los nazis no cavaron ninguna trinchera. ¿Tal vez esperaban realizar un escape exitoso? ¿O tal vez nuestro suelo congelado en Stalingrado resultó ser un poco demasiado para ellos? No lo sé.

En su lugar, hicieron sus defensas con cadáveres congelados. Construían un muro formado por dos o tres capas de cadáveres, cubriéndolo de nieve y por lo tanto teniendo algo para protegerse de nuestro fuego. De esta manera, los restos congelados de los alemanes muertos defendieron de las balas y esquirlas a aquellos que seguían vivos.

 

¡Pero no envidiaba a los Fritzes cuando tuvo lugar un deshielo repentino! Además, estas medidas no eran rival para nuestros cañones de 76mm.

Los soviéticos estaban obteniendo comida regularmente, ocasionalmente complementada con algunas descargas de alimentos de los alemanes que quedaban fuera del perímetro. Sin embargo, al final de un mes de estar viviendo así, Abdulin sufría de piojos y se había convertido en casi incontinente de una infección que afectó a muchos hombres.

Ellos vivían a la intemperie en temperaturas bajo cero, privados de sueño y bebiendo agua de la nieve derretida que a menudo estaba sucia, realizando trabajos físicos pesados. Su moral era alta -sabían que las tropas alemanas estaban mucho peor-.

Si deseas saber más, busca el título “Red Road from Stalingrad: Recollections of a Soviet Infantryman” [Camino rojo desde Stalingrado: recuerdos de un soldado de la infantería soviética], de Mansur Abdulin.

Cuatro soldados soviéticos pasan cuidadosamente por encima de los escombros de edificios b

Cuatro soldados soviéticos pasan cuidadosamente por encima de los escombros de edificios bombardeados en Stalingrado. Un soldado se arrastra sobre la parte superior de una pila de escombros, mientras que otro se esconde detrás de la pared de un edificio. Otros dos soldados los siguen.

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