La suave alegría de vivir y respirar
Mujeres vigías en el techo de un edificio de Leningrado buscan localizar aviones enemigos, en la Unión Soviética, mayo de 1942.
Para el resto del mundo, la agonía de Leningrado se perdió de vista y se dejó de pensar en ella. Una vez que la amenaza inmediata a la ciudad había disminuido, los ojos aliados volvieron su mirada a las pérdidas en el Lejano Oriente, las feroces batallas navales en el Océano Pacifico y los confusos combates en el Norte de África.
Las noches blancas provocaban que los alemanes bombardearan durante las veinticuatro horas del día, buscando destrozar las unidades ubicadas en la defensa de Leningrado; había cráteres de bomba por doquier. A lo largo de la primavera y verano de 1942, aquellos con la energía mental para seguirlos, los informes soviéticos trajeron un torrente de malas noticias, aunque muchos de ellos eran censurados por las autoridades soviéticas.
Vera Inber, recordó uno de esos días en que los habitantes de Leningrado buscaban retomar la normalidad de la vida cotidiana:
12 de junio de 1942
Ayer, tarde al atardecer, I.D. y yo fuimos a dar una caminata. Globos plateados antiaéreos subieron ligeramente en el derretido cielo rosa pálido hasta que parecieron disolverse en él. Los limeros a lo largo de los Jardines Botánicos por el río Nevka han comenzado a florecer. Su aroma amortigua el olor de decadencia de la basura que todavía no es despejada por completo.
En una pequeña casa de madera junto a la estación de la Milicia, al otro lado del Karpovka, un gramófono estaba reproduciendo discos alemanes capturados y las jóvenes chicas de la Milicia escuchaban la música, asomándose por las ventanas.
Mientras llegábamos al patio al lado de la cantina de estudiantes, escuchamos un altavoz transmitiendo las últimas noticias: nuestra firma de un tratado de amistad con Gran Bretaña, por veinte años, del viaje de Molotov a Londres, de la decisión de abrir un Segundo Frente.
Finalizamos escuchando la última parte de las noticias en el cuartel general de nuestro centro de defensa aérea. Aquí, máscaras de gas cuelgan en la esquina como talegas. En las paredes hay afiches mostrando varios tipos de bombas. En la mesa, en lugar de portaplumas y portalápiz, hay un pedazo de bomba incendiaria, moldeada caprichosamente y asentada en una tuerca de metal rojo. En una esquina, un proyectil de 20 centímetros sin explotar que había caído en nuestros terrenos y, en la mesa junto a éste, otro pedazo de proyectil, este de una manufactura posterior, con seis secciones. Viendo este proyectil uno puede distinguir la forma en que trabajan estas mentes asesinas.
¿Será cierto que la felicidad vendrá otra vez? ¿Que la humanidad despertará una mañana y descubra que Hitler ya no está allí?
Si deseas saber más, lee “Leningrad Diary” [Diario de Leningrado], de Vera Inber.
El asedio alemán de Leningrado causó la hambruna generalizada entre los habitantes y la falta de suministros médicos e instalaciones, hacían que las enfermedades y lesiones fueran mucho más letales.