La hermandad del soldado de combate
Tropas alemanas entrando a la ciudad rusa de Vitebsk, en camino a Moscú, sólo para descubrir que estaba desierta y en llamas, en 1941.
Mientras el Comando Supremo alemán debatía sobre lo que debería hacerse, los rusos construyeron nuevas líneas defensivas a lo largo de los ríos Dnieper y Desna opuestas al Grupo de Ejércitos Centro. Esta línea era el anillo exterior de las defensas protegiendo Moscú.
Aunado a esto, las condiciones mentales, tanto de comandantes y tropas alemanas, no eran las mejores. Desde el 22 de junio, los ejércitos germanos habían estado combatiendo exitosamente una batalla tras otra y luchando contra todo tipo de clima, millones de prisioneros habían sido capturados; sin embargo, nada de esto había traído consigo una conclusión decisiva a la campaña rusa.
Siegfried Knappe, sirviendo con la 87ª División de Infantería alemana, describe los hechos del feroz combate ocurriendo en los alrededores de Borodino, el mismo lugar donde, 129 años antes, Napoleón había combatido a las fuerzas rusas antes de llegar a Moscú:
Alcanzamos Vyazma a mediados de octubre. Esto fue cerca de Borodino, la escena de la última gran batalla de Napoleón antes de que llegara a Moscú. Aquí nuestros tanques fueron detenidos por una resistencia rusa decidida, nos encontramos con ellos y luchamos contra los rusos en las mismas colinas donde Napoleón les había combatido. La diferencia fue que después de Borodino, Napoleón no encontró mayor resistencia hasta que llegó a Moscú. Desdichadamente, esto no fue así en nuestro caso.
Kreuger pidió a sus comandantes de compañía y a mí que nos reuniéramos con él en su tienda, poco después de que alcanzamos Vyazma. Esto era un acontecimiento poco habitual, por lo que sabíamos que era importante. Cuando los cuatro de nosotros nos habíamos sentado en los banquillos plegables, supimos sobre lo que estaba pensando.
“Caballeros, de ahora en adelante nuestra división será una unidad en el frente”, dijo. “Las divisiones blindadas están siendo desplegadas para otras tareas”. (Más tarde nos enteramos que estaban siendo utilizadas para intentar lanzar un movimiento de pinza alrededor de Moscú con la finalidad de prevenir que Moscú recibiera más ayuda del resto de la Unión Soviética. Los blindados del general Hoth estaban yendo al norte, a través de Kalinin, y los del general Guderian hacia el sur, a través de Tula). Él hizo una pausa, nos vimos unos a los otros inquietos. “Desde aquí hasta llegar a Moscú, es sólo infantería y artillería. Hasta ahora, los tanques han tenido toda la gloria en esta campaña. ¡Les mostraremos lo que la infantería y artillería pueden hacer sin ellos!”
A partir de Vyazma, la 87ª División de Infantería estuvo combatiendo todo el tiempo y sólo era con infantería y artillería, combatiendo en un frente amplio hacia Moscú. Mi batería marchó, como siempre, con el batallón de infantería que apoyábamos. Ocupábamos un poblado y los rusos estaban en el siguiente. Durante la noche, la infantería enviaba patrullas para tratar de encontrar dónde se ubicaba la menor resistencia. Por la mañana, mi batería abría fuego sobre objetivos en el siguiente poblado, el cual se encontraba a siete u ocho kilómetros de distancia. Entonces nuestro batallón de infantería se movilizaba hacia adelante. En la mayoría de los casos, ocupábamos ese poblado y el siguiente y pasábamos la noche allí, antes de repetirlo todo de nueva cuenta al día siguiente, dependiendo de cuán difícil era el terreno -cuántos arroyos, colinas, entre otras cosas- y cuánta resistencia encontrábamos.
El sonido del combate era ensordecedor. Era como si se combinaran todos los sonidos fuertes que cualquiera hubiera escuchado en un rugido colosal, ensordecedor. Era un huracán virtual de ruido, pero no pasaba como lo hacía un huracán, permanecía mientras el combate continuara. El rugido de combate eran los sonidos combinados de artillería pesada, artillería ligera, morteros, ametralladoras, granadas de mano, rifles -cada arma utilizada en campo de batalla-. Solo el rugido de combate era suficiente para destrozar la voluntad de un soldado. Pero el combate era mucho más que solo ruido. Era un remolino de hierro y plomo que aullaba alrededor de un soldado, cortando a través de cualquier cosa que impactaba. Incluso dentro del furor de la batalla, extrañamente, el soldado podía detectar el silbido de balas y el zumbido de las astillas de metralla, percibiendo todo en forma separada -una explosión de un proyectil aquí, el traqueteo del fuego de ametralladora allá, un soldado enemigo escondiéndose detrás de cubierta en otro lugar-. A pesar de la confusión revolviéndose alrededor del soldado, él aún retenía un sentido claro de su propia fuerza y la fuerza de los hombres a su lado; él sentía una solidaridad casi palpable con sus soldados compañeros. Esta era la hermandad del soldado de combate.
Si deseas saber más, lee “Soldat: Reflections of a German Soldier, 1936-1949” [Soldado: reflexiones de un soldado alemán, 1936-1949], de Siegfried Knappe y Ted Brusaw.
Dos soldados con bicicletas en el norte de Rusia, en octubre de 1941.