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El acorazado soviético Marat es dañado

Un par de aviones en picada Ju 87 Stuka. El ataque sobre el acorazado soviético Marat causó graves daños en el navío. Aunque Hans Ulrich Rudel es frecuentemente acreditado con las extensas averías al acorazado soviético, otros dos pilotos también dieron en el blanco.

Leningrado se encontraba rodeada por las fuerzas alemanas y Hitler había decidido no invadirla para evitar tener que dar de comer a la población rusa habitando la antigua ciudad veraniega de los zares. Los bombardeos y ataques de artillería se llevaban a cabo de forma habitual.

 

Las tropas alemanas se encontraban tan cerca de la ciudad, que algunos navíos soviéticos fondeados en los puertos a los alrededores de Leningrado podían abrir fuego contra posiciones enemigas desde el canal del mar Leningrado. Entre los buques de guerra estaba el acorazado Marat, que había atacado al 18º Ejército alemán en días anteriores y había sido ligeramente dañado por cañones de 15 centímetros el 16 de septiembre de 1941.

 

A pesar del daño, el Marat continuaba siendo una amenaza para las tropas germanas, pero el 23 de septiembre fue atacado por aviones Stuka:

El 21 de septiembre llegaron nuestras bombas de mil kilogramos. A la mañana siguiente, reconocimiento informó que el Marat está en el puerto de Kronstadt. Evidentemente están reparando el daño sostenido en nuestro ataque del 16. Sólo veo rojo. Ahora ha llegado el día para probar mi habilidad. Consigo la información necesaria acerca del viento, etc., del hombre de reconocimiento. Entonces me vuelvo sordo para todos a mi alrededor; estoy deseando irme ya. Si llego al objetivo, estoy decidido a darle. ¡Debo darle! Despegamos con nuestras mentes llenas con el ataque; debajo de nosotros, las bombas de mil kilogramos que hoy van a hacer el trabajo.

 

Cielo brillante, sin una sola muestra de nubes. Lo mismo incluso sobre el mar. Ya estamos siendo atacados por cazas rusos por encima de la estrecha franja costera; pero no pueden desviarnos de nuestro objetivo, no hay duda de ello. Estamos volando a 2,700 metros; el fuego antiaéreo es mortal. A unos quince kilómetros al frente vemos Kronstadt; parece estar a una distancia infinita. Con esta intensidad de fuego antiaéreo uno tiene buenas oportunidades de ser impactado en cualquier momento. La espera hace que el tiempo sea largo. Dourly, Steen y yo nos mantenemos en curso. Nos decimos a nosotros mismos que Iván no está disparando a aviones en particular, sólo está colocando una barrera de fuego antiaéreo a una altitud determinada. Los otros están por todos lados, no sólo en los escuadrones y los vuelos, sino incluso en los pares. Ellos creen que variando la altitud y zigzagueando pueden hacer más difícil la tarea de los artilleros antiaéreos.

 

Ahí van los dos aviones con nariz azul del personal, barriendo a través de las formaciones, incluso en los vuelos separados. Ninguno de ellos pierde su bomba. Una desbandada salvaje en el cielo sobre Kronstadt; el peligro de colisión es grande.

 

Todavía estamos a unos cuantos kilómetros de nuestro objetivo; a un ángulo delante de mí ya puedo distinguir al Marat atracado en el puerto. Los cañones rugen, los proyectiles nos pasan zumbando, explotando en destellos de colores lívidos; los proyectiles antiaéreos forman nubes algodonadas que retozan a nuestro alrededor. si no estuviéramos en tal urgencia mortal uno podría utilizar la frase: un carnaval aéreo. Veo abajo al Marat. Detrás de ella se encuentra el crucero Kirov. ¿O es el Máximo Gorki? Estos barcos aún no se han unido al bombardeo general. Pero fue lo mismo la última vez. No han abierto fuego hasta que estamos lanzándonos en picada para atacar. Nunca antes nuestro vuelo a través de las defensas ha sido tan lento o tan incómodo. ¿Steen utilizará hoy sus frenos de picada o ante esta oposición se irá por una vez “sin ellos”? Allá va. Ya ha utilizado sus frenos. Yo le sigo, dando un último vistazo a su cabina. Su rostro sombrío lleva una expresión de concentración. Estamos ahora en picada, cerca al lado uno del otro. Nuestro ángulo de picada debe estar entre setenta y ochenta grados. Ya tengo al Marat en mi mira.

 

Corremos abajo hacia ella, lentamente crece a un tamaño gigantesco. Todos sus cañones antiaéreos están dirigidos hacia nosotros. Ahora nada importa más que nuestro objetivo; si logramos nuestra tarea salvará a muchos de nuestros compañeros de armas en tierra de mucho derramamiento de sangre. ¿Pero qué es lo que pasa? El avión de Steen repentinamente deja muy atrás al mío. Él está volando mucho más rápido. ¿Acaso, después de todo otra vez, ha retraído sus frenos de picada para llegar abajo más rápidamente? Así que hago lo mismo. Voy detrás de su avión con todo. Estoy justo en su cola, viajando muy raudamente e imposibilitado de ver mi velocidad. Justo enfrente de mi veo la cara horrorizada del suboficial Lehmann, el artillero trasero de Steen. Él espera que en cualquier segundo yo corte su cola con mi hélice y lo embista. Aumento mi ángulo de picada con toda la fuerza que tengo -debe ser seguramente de 90 grados- sentado tensamente como si estuviera sentado en un barril de pólvora. ¿Seguiré rozando el avión de Steen que está justo encima de mí o lo rebaso de una forma segura y sigo hacia abajo? Lo paso apenas por el ancho de un pelo. ¿Es esto un presagio de éxito? El barco está centrado a plomo en medio de mi mira. Mi Ju 87 se mantiene firme mientras voy en picada, no se desvía un centímetro. Tengo el presentimiento de que fallar es ahora imposible. Entonces veo al Marat tan grande como la vida enfrente de mí. Los marineros corren por toda la cubierta, llevando municiones. Ahora presiono el botón para liberar las bombas en mi palanca y tiro con todas mis fuerzas. ¿Podré todavía salir de la picada? Lo dudo, puesto que estoy yendo en picada sin frenos y la altitud a la cual solté mi bomba no es más de 300 metros.

 

Al informarnos, el capitán ha dicho que la bomba de mil kilogramos no debe ser soltada a una altura menor de 900 metros, ya que el efecto de fragmentación de esta bomba alcanza 900 metros y lanzarla a una altitud menor es poner en peligro al avión de uno. ¡Pero ahora he olvidado eso! Tengo la intención de impactar al Marat. Doy un tirón a mi palanca, sin sentir nada, simplemente utilizando toda mi fuerza. Mi aceleración es muy grande. No veo nada, mi vista se vuelve borrosa en una pérdida del conocimiento momentánea, una nueva experiencia para mí. Pero si puede ser controlada del todo, debo salir. Mi cabeza aún no está aclarada cuando escucho la voz de Scharnovski: ¡Está explotando, señor!

 

Ahora me asomo. Estamos rozando el agua a un nivel de tres o cuatro metros y me inclino un poco. Allá a lo lejos se encuentra el Marat debajo de una nube de humo elevándose unos 300 metros, aparentemente la santabárbara ha explotado. “Felicidades, señor”.

Si deseas saber más, lee “Stuka Pilot” [Piloto de Stuka], de Hans Ulrich Rudel.

En la imagen el daño causado por el ataque de aviones Ju 87 Stuka sobre el acorazado soviético Marat. El daño fue extenso pero el barco no se hundió del todo, sus baterías siguieron operando contra las fuerzas alemanas en los alrededores de Leningrado.

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