Pintura oficial de W. Krogman, gouache sobre tablón. La pintura imagina un bombardeo sobre la ciudad alemana de Colonia. La catedral de la ciudad es claramente visible. Sobrevivió a la guerra, a pesar de ser impactada decenas de veces por las bombas aliadas.
El 3 de julio de 1943 el Comando de Bombarderos volvió a Colonia, cuyo el objetivo era el centro industrial en la orilla oriental del Rin. Fue un gran ataque con 653 aviones participantes, el marcado del objetivo fue bueno y las bombas de la fuerza principal se concentraron. En tierra, 588 personas murieron, hubo alrededor de 1,000 heridos y se estimó que unos 72,000 quedaron sin hogar.
Jack Currie era un piloto de bombardero de la Real Fuerza Aérea (RAF) recién calificado. El procedimiento habitual para estos hombres era acompañar a un piloto con más experiencia en una misión de bombardeo como segundo piloto e ingeniero de vuelo, para que obtuvieran una introducción al teatro operativo. Currie acompañó al oficial piloto McLaughlin en tal misión el 3 de julio de 1943 -no todo el procedimiento le era familiar-:
En algún lugar cerca de Aachen, mientras asimilaba una primera vista del fuego antiaéreo hostil y reflectores, McLaughlin aflojó sus correas de seguridad y el arnés del paracaídas. El rugido de la estela se agudizó cuando abrió la ventana lateral unas seis pulgadas. Pesadamente, deliberadamente, se volvió hacia la ventana y puso su rodilla izquierda en el asiento del paracaídas. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo y miré hacia atrás al ingeniero de vuelo buscando reaseguro.
Ojos impasibles entre el casco y la máscara de oxígeno no me dijeron nada. Regresé, fascinado, a McLaughlin, cuya actitud repentinamente adquirió una forma familiar. Manteniéndose lo suficientemente lejos de la ventana para evitar la congelación o desmembramiento, hizo uso de la aspiración de la estela para lograr su propósito.
McLaughlin volvió a su asiento y cinturones. Una luz amarilla brillante apareció justo delante y voló directamente hacia nosotros.
“Agáchense”, dijo McLaughlin. Metralla crepitaba en el fuselaje. El artillero medio-superior habló por el intercomunicador. “Justo a través de mi plexiglás – apenas falló mi cabeza-. Hay una corriente infernal”.
Me quedé mirando el cielo delante de nosotros. Entre los rayos de luz de los reflectores buscando, las ráfagas blancas y amarillas de fuego antiaéreo forman una pared brillante. Era difícil creer que podríamos pasar a través de ese torrente de fuego incesante. ¿Fue siempre así? Tal vez no; tal vez esto era la mayor barrera antiaérea jamás reunida. Tal vez el enemigo tuvo alguna alerta de este ataque semanas atrás y cada batería de cañones en Alemania se había desplegado para defender Colonia.
Miré a McLaughlin. Parecía indiferente, se dejó caer en su asiento, con las manos descansando libremente en la rueda de mando. Él gruñía respuestas plácidas al canto de orientación del bombardero: “Estable… estable… rastreando muy bien”. “Mm-mh”. “Estable, compuertas de bomba abiertas”. “Abiertas”. “Estable… a la izquierda, a la izquierda… estable”. “Mm’”
La pared parpadeante adelante estaba ahora también a nuestra derecha, a nuestra izquierda, por encima de nosotros y por debajo.
Líneas paralelas de balas trazadoras hicieron una curva destellante intermitente a través de la oscuridad. Vi a otro bombardero, sus escapes brillando de color naranja, cruzó volando a la derecha de nuestro camino. Pulsos brillantes de luz mostraban la ciudad abajo mientras que las bombas “cookies” de 4,000 libras impactaban el suelo. El río brillaba, se oscurecía y brillaba de nuevo.
Las bombas se lanzaron. McLaughlin hizo girar el timón hacia puerto mientras las compuertas de las bombas se cerraban. Poco a poco, los reflectores y el torrente de fuego se quedaron detrás de nosotros. Una sensación de alivio me invadió, frases eufóricas bullían en mi mente y puse mi mano en el interruptor del micrófono en mi máscara para pronunciarlas. Me volví hacia McLaughlin. Su postura se mantuvo sin cambios, sus ojos miraron hacia atrás con serenidad, azul pálido, ligeramente enrojecidos. Dejé el interruptor de micrófono apagado, los pensamientos no fueron expresados y me incliné para tomar las lecturas de los medidores de combustible.
Nuevas tripulaciones fueron aclimatadas gradualmente. El piloto habitualmente tenía su primera experiencia operativa como segundo piloto con un capitán y tripulación con experiencia, y su primer viaje como capitán de su propia tripulación era a menudo para colocar minas en aguas enemigas.
Este tipo de misión es conocida como “jardinería” y las minas se denominaban igualmente “vegetales”. Así que fui a Colonia como segundo piloto de McLaughlin, el 3 de julio, y llevé a mi propia tripulación para colocar minas tres noches después en el ED414 Easy Two.
Las minas pesaban 1,500 libras [680 kilogramos] cada una, cilindros grises revolcándose en el agua entre la Ile de Re y LaRochelle. Dejamos caer seis minas en intervalos de tres segundos, en dirección norte a 1,000 pies de un afortunado punto fijo G en el Golfo de Vizcaya. Nadie nos puso la más mínima atención y parecía una misión insignificante para los poderosos Lanc.
Si deseas saber más, lee “Lancaster Target” [Objetivo de Lancaster], de Jack Currie.
La historia del Comando de Bombarderos de la RAF señala que el 3 de julio fue también la primera vez que se utilizó una nueva técnica alemana, aunque los primeros experimentos alemanes con cazas nocturnos habían ocurrido con anterioridad:
Esta noche se vieron las primeras operaciones de una nueva unidad alemana, el Jagdgeschwader 300, equipado con cazas mono-motores utilizando la técnica de Wilde Sau [Jabalí Salvaje]. En esto, un piloto alemán utilizando cualquier tipo de iluminación disponible en una ciudad que era bombardeada -reflectores, indicadores de objetivos, el resplandor de los incendios en el suelo- elegía un bombardero para atacarlo. El enlace con las defensas antiaéreas locales debía asegurarse que el fuego antiaéreo se limitara a una cierta altura por encima del cual el caza jabalí salvaje era libre de operar. La nueva unidad alemana afirmó que 12 bombarderos fueron derribados sobre Colonia, pero tuvo que compartir los 12 aviones disponibles parecen haber chocado con el fuego antiaéreo local, que también reclamaron 12 éxitos.
Si deseas saber más, lee “Jagdgeschwader ‘300 Wilde Sau’: A Chronicle of a Fighter Geschwader in the Battle for Germany. Volume One. June 1943-September 1944” [Jagdgeschwader ‘300 Jabalí Salvaje’: una crónica de un escuadrón de cazas en la batalla por Alemania. Volumen Uno. Junio de 1943-Septiembre de 1944], de Jean-Yves Lorant y Richard Goyat.
Aviones Avro Lancaster en construcción en la fábrica A. V. Roe & Co. Ltd. en Woodford en Cheshire, 1943. A pesar de las pérdidas constantes en batallas aéreas sobre Alemania, la nueva producción representó que el número de aviones disponibles fuera siempre en aumento.
La vista de un piloto de los dos motores de estribor Merlin desde la cabina de un Avro Lancaster del Escuadrón N° 50 de la Real Fuerza Aérea (RAF).