Bombardeo soviético en víspera de Año Nuevo
Los alemanes en la Unión Soviética se enfrentaron a temperaturas de 30 grados centígrados bajo cero y aun no contaban con ropa adecuada para el invierno en diciembre de 1941.
La movilidad del ejército alemán cayó víctima de un invierno fuertemente frío y persistente. Los ejércitos en el Este nunca estuvieron equipados para tales temperaturas heladas. La ropa de invierno fue inexistente durante los primeros dos meses; los pernos de las armas y los motores de los vehículos se congelaban.
El Ejército Rojo tenía la ventaja en este ramo. Durante los meses previos a l invierno, el Alto Mando soviético había llevado al frente tropas desde Siberia que estaban adaptadas para movilizarse en temperaturas bajas y ahora estaban atacando las delgadas líneas alemanas con vehemencia, fanatismo y con una indiferencia a la muerte, las cuales estaban logrando penetraciones profundas, particularmente en los Grupos de Ejércitos Centro y Norte, donde las líneas se estaban doblando y, eventualmente, se romperían.
El Grupo de Ejércitos Sur, cuyo comandante, el mariscal de campo von Rundstedt, fue relevado de su mando el 1 de diciembre de 1941 por estar en desacuerdo con Hitler, enfrentó el invierno mejor que los otros dos Grupos. Por supuesto, las divisiones promediaban una falta de 2,000 hombres cada una. Tan sólo el Primer Ejército Blindado tenía un menoscabo de alrededor de 20,000 hombres, 200 tanques y 100 cañones.
Mientras la península de Kerch ser perdía por la retirada de las fuerzas alemanas, la unidad de Hans Roth, un cazador de tanques con la 299ª División de Infantería, parte del Sexto Ejército en el Grupo de Ejércitos Sur, enfrentaba a los soldados soviéticos incesantemente:
31 de diciembre
Después del bombardeo pesado durante la noche, dejamos la ciudad al amanecer. Alrededor de las 0900 horas, llegamos a la localidad del ataque. Los restos de un camión grande están todavía humeando. En las calles y zanjas yacen los horribles cuerpos mutilados de nuestros camaradas. El pecho de un teniente ha sido desgarrado; intestinos yacen en la nieve empapada de sangre, sólo falta el corazón. Sabemos de los eventos de los últimos días que estos salvajes, esta escoria de la tundra asiática, se han comido los corazones de los oficiales brutalmente masacrados. Piensen en las Guerras Indias de Karl May.
La cabina de un conductor de una ambulancia está pintada de rojo con la sangre de los lesionados que han sido masacrados. El correo está disperso en entre la nieve. Fotografías de esposas y niños, el regalo de Navidad más precioso para los seres queridos en el frente, está ahora manchado con sangre. Leo una pequeña postal con dos fotografías pequeñas adjuntas a ella: “Querido papá, ésta soy yo, tu Inge, y mamá querida. He crecido mucho, ¿cuándo vienes a casa?” Pequeña Inge, él nunca irá a casa, tu papá. Maldita sea, las lágrimas están brotando de mis ojos.
Dejamos este lugar de terror; una de las unidades de reconocimiento bajo el teniente Simmons se separa hacia la derecha de la calle; yo y mis diez hombres y dos ametralladoras, partimos hacia el este.
Después de una buena hora de marcha pesada en nieve alta, llegamos a un poblado miserable -no hay rastros del enemigo-. Los locales son interrogados con pistolas apuntadas sobre ellos. Durante la noche, los Rojos supuestamente abandonaron este lugar y están esperando con una fuerza de 500 hombres en el poblado vecino. Hay aproximadamente 800 metros entre ellos y nosotros y, todavía más importante, es el hecho que hay un barranco en medio. Sería una locura intentar y penetrar esto con mis hombres. Esto es lo que sé que debo hacer: con mucho cuidado llevo nuestras dos ametralladoras al borde del barranco y la coloco en posición. Me poso sobre una colina con vista al borde con mis binoculares. A mi señal, las ametralladoras repentinamente ladran varias rondas de munición.
Primero, no se observa nada, pero entonces, salen corriendo desde sus chozas, todos en revuelo; los oficiales están maldiciendo y gritando, en un caos total. Mis muchachos están disparando bien y, considerando la gran distancia, a un número asombroso le han dado y se colapsan. Pero entonces nos disparan desde el otro lado. Es momento de moverse. Dos horas más tarde nos reunimos en el lugar acordado con el otro grupo que no tuvo ningún contacto con el enemigo. Mañana regresaremos y sacaremos a esta pandilla de schweine con fuego. Aún no lo sabemos, pero ¿cómo se desarrollará diferente?
Medio congelados, llegamos a Obojan por la tarde. En nuestro camino, fuimos atacados por Ratas; desdichadamente dos hombres fueron heridos. En nuestros alojamientos, hay mucha fiesta, puesto que el oficial de suministros ha proporcionado sospechosamente grandes cantidades de licor, el coñac francés más fino, “Hennessy”. Alguien dice, “el Ministerio de Defensa está teniendo una venta, caballeros, ¡apesta!” Un poco después todos sabremos qué tan correcto estaba.
¡Oh, scheisse! Hoy es la víspera de Año Nuevo y todos estamos comprándonos una muy buena resaca; ¡quizá sea la última que tengamos en nuestra vida! En ese caso, “¡Salud, camaradas!”
La noche se está volviendo muy difícil; cadenas de bombarderos Rojos arriban sin ceder. Para la mañana, calles enteras han sido reducidas a escombros. La misión de arrasar la ciudad ha iniciado.
Si deseas saber más, lee “Eastern Inferno: The Journals of a German Panzerjáger on the Eastern Front, 1941-1943” [Infierno en el Este: los diarios de un cazador de tanques alemán en el Frente del Este], editado por Christine Alexander y Mason Kunze.